domingo, 25 de agosto de 2013

María: la contemplación y predicación


María es «madre y figura» de la Iglesia y, en este sentido, modelo para todo cristiano. En María hallamos una referencia paradigmática del significado exacto del caminar tras las huellas de Jesucristo. Podríamos expresarlo de la siguiente manera: si alguien está interesado en conocer cuál es la meta a la que conduce el seguimiento de Jesucristo fíjese en María y encontrará la respuesta. 
CONTEMPLAR significa mirar detenidamente, observar con atención. En la espiritualidad, muchas veces, se ha presentado la contemplación como una forma superior de conocimiento por la fe, como ajena y reservada para una serie de personas "elegidas". Como consecuencia, se percibe como una realidad lejana a la experiencia del común de los cristianos. De este modo, el contemplativo o la contemplativa se vislumbra, incluso en el seno de la Iglesia, como una especie rara que, a lo sumo, hay que proteger y conservar para que no termine de desaparecer. Las cosas no son así. El contemplar o la contemplación forman parte esencial de la vida del creyente que avanza en su camino de fe.
Claro que la contemplación implica un grado de conocimiento en relación con las cosas de Dios. Pero este grado no se adquiere en las escuelas. Es un tipo de conocimiento que brota de la intimidad, de la cercanía y del contacto con Dios. Para comprender lo que queremos decir debiéramos retomar la definición más sencilla de contemplación: la que aporta el diccionario. Contemplar implica mirar con atención, con detención. Trasladadas las cosas a nuestro terreno, el contemplativo es el que mira con atención y con detención la realidad que le rodea. El contemplativo, pues, intenta mirar las cosas tal y como Dios las ve. Como el enamorado ve "por los ojos" de la amada. Ajustarse a la mirada divina es la fuente de la contemplación. Ahora bien, ¿cómo ajustarse a esta mirada? Para el cristiano la respuesta es rotunda: siguiendo a JESUCRISTO. Y ¿esto cómo se consigue? Recurriendo a MARÍA.
Si queremos hallar una realización perfecta de la actitud contemplativa hemos de fijarnos en ella. Pues bien, María es la llena de gracia porque se abre al plan, al proyecto, a la voluntad de Dios, a su Palabra. Y se abre hasta el punto de que deja que esa voluntad-palabra de Dios sea la suya también. María se identifica tanto con la mirada de Dios, que esa mirada de Dios va gestándose y haciéndose vida humana en su propia vida. Y, por eso, Jesús crece en su interior y se va humanizando. 
¿Y cuáles son los medios para profundizar en esta actitud contemplativa? María, de nuevo, viene en nuestro auxilio. El primero, la escucha y el cumplimiento de la Palabra: "hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). Escucha y cumplimiento de la Palabra acompañadas, en segundo lugar, de su meditación en el silencio: "guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón" (Lc 2, 19); y de la oración asidua: "todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús" (Hch 1,14).
Estos datos de la vida de María son la mejor pedagogía para avanzar en la escuela de la contemplación. Por esta razón, no cabe hacer de la experiencia contemplativa un patrimonio reservado para unos cuantos. Toda la Iglesia es contemplativa. Pero, como María recuerda, sin contemplación no hay experiencia cristiana.
El producto final de esa contemplación ha de ser, de alguna forma, comunicado. Si María, identificándose con la palabra de Dios le ha dado carne, no ha sido para retenerla de manera egoísta, sino para alumbrarla en la historia y en el mundo. Jesús, al que se une su madre, es para todos; y, por ello, María lo entrega a los hombres. Igualmente, todo cristiano, que es también un contemplativo, no debe guardar celosamente su progreso en la identificación con Jesús. Al contrario debe transmitir, dar a conocer, predicar, evangelizar, transparentar, testimoniar a Jesús como hizo María.


Fuente: Centro de Espiritualidad "Espíritu y Vida"
Vicente Botella Cubells, o.p.

El Rosario: una oración contemplativa y un modo de predicación

Rosario bendito de María, cadena dulce que nos une con Dios.
Con el Rosario el creyente aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor.

El Rosario o salterio de la Santísima Virgen, es un modo piadosísimo de oración, al alcance de todos, que consiste en ir repitiendo el saludo que el ángel le dio a María; interponiendo un Padrenuestro entre cada diez Avemarías y tratando de ir meditando mientras tanto en la Vida de Nuestro Señor". El Rosario constaba de 15 Padrenuestros y 150 Avemarías, en recuerdo de los 150 Salmos. Ahora son 20 Padrenuestros y 200 Avemarías, al incluir los misterios de la luz.

La palabra Rosario significa "Corona de Rosas". Nuestra Señora ha revelado a varias personas que cada vez que dicen el Ave María le están dando a Ella una hermosa rosa y que cada Rosario completo le hace una corona de rosas. La rosa es la reina de las flores, y así el Rosario es la rosa de todas las devociones, y por ello la más importante de todas. Vale la pena recordar que entre las variadas apariciones de la Santísima Virgen, siempre Ella ha insistido en el Rezo del Rosario. 

¿Por qué el Rosario es una oración contemplativa?

Ya antes del concilio Vaticano II, la devoción al Rosario comenzó a declinar vertiginosamente. Únicamente aquellos cristianos en los que esta oración se habla ido afianzando a lo largo de su vida, siguieron rezándolo, a veces en medio de la incomprensión y de las criticas. Hoy es raro encontrar entre los jóvenes cristianos quienes practiquen esta oración multisecular, que contiene una gran riqueza teológica.
Desde entonces las objeciones contrarias a esta práctica siguen siendo casi las mismas. Se dice que el Rosario no se remonta a la tradición primitiva de la Iglesia. Pero no se puede olvidar que la Iglesia es un organismo vivo, siempre en evolución gracias al impulso creativo del Espíritu de Jesús. Otra objeción encuentra un obstáculo en el hecho de que en el Rosario Maria ocupa un lugar más importante que el mismo Jesús. Esta objeción desaparece si tenemos en cuenta que -como dice el concilio Vaticano II[1]- el sentido de la verdadera devoción mariana consiste en unirnos más inmediatamente a Jesús. El Rosario, en definitiva, no tiene otra finalidad que la de introducirnos en el misterio de Cristo al que María está íntimamente asociada.
Otra objeción importante reside en la complicación que supone esta oración al separar el pensamiento de las palabras que se pronuncian, pues mientras recitamos el Ave María, se van meditando los misterios de la vida de Cristo. Esta objeción se encuentra perfectamente expresada en las siguientes palabras de François Mauriac: "Jamás he podido plegarme a la división que la devoción del Rosario exige. Mientras la boca profiere el Ave María por decenas, el espíritu medita uno de los misterios... Esta disociación entre la palabra y el pensamiento me está prohibida. Tengo que estar completamente centrado en cada palabra que pronuncio"[2], Tomando en serio esta objeción, Ricardo Barile piensa que hay que superar la división entre palabra y pensamiento repitiendo las palabras del Ave María con atención amorosa y sin el menor esfuerzo por centrarse en otros pensamientos[3]. Por su parte, el P. Timothy Radcliffe señala que rezando el Rosario raramente se piensa en algo; la repetición del Ave María, nos ayuda a hacer un gran vacío que nos conduce a saborear más la presencia de Dios que a pensar expresamente en él[4]. En cambio, para el Papa Pablo VI, la contemplación es un elemento tan esencial que si faltara, el Rosario se volvería semejante a un cuerpo sin alma y su rezo correría el peligro de convertirse en una repetición mecánica de fórmulas. Y añade: "Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso que favorezcan en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del Corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza"[5]. En realidad, estas dos últimas opiniones no se contradicen si tenemos en cuenta que la contemplación es menos un esfuerzo de comprensión que de presencia.

Una última objeción que recogemos aquí habla de la monotonía que produce la repetición incesante de la misma fórmula y el exceso de palabras que parece contradecir las enseñanzas de Jesús sobre la oración (Mt 6, 7). El P. Timothy Radcliffe nos recuerda la explicación que da G. K. Chesterton de la repetición como una característica de la vitalidad de los niños, a los que les gusta que se les cuenten las mismas historias, con las mismas palabras, no por aburrimiento o falta de imaginación, sino por la alegría de vivir. Algo semejante les ocurre a los enamorados, pues no se conforman con decir una sola vez "te amo", sino que lo repiten una y otra vez, esperando que también la persona amada desee escucharlo una y otra vez[6]. 



Es cierto, como señala L. Bouyer[7], que el Rosario, como cualquier otra oración, puede caer en la "vana repetición" desde el momento en que la atención y la fe desaparecen; pero este procedimiento de repetición prolongada de una fórmula breve y densa desencadena un proceso psicológico que apacigua tanto el cuerpo como el espíritu y hace posible la concentración y permite al pensamiento ahondar como por sí solo. Con este procedimiento ‑dice Bouyer‑ la distracción, aunque no desaparece del todo, pasa a ocupar un lugar marginal sin llegar a ser verdaderamente molesta. La repetición de este género prepara el terreno para que un pensamiento unificado y rico absorba el espíritu y quede dispuesto para alcanzar la contemplación más elevada[8]; " ...la meditación clara de los "misterios" -añade este autor-, aunque no se borre nunca por completo, debe tender normalmente a fundirse en una visión, a la vez muy sencilla y muy una, de todo el misterio de Cristo en nosotros, en su plenitud inseparable. Cuando se llega ahí, puede decirse que la contemplación se ha desprendido como un fruto de una meditación que la contenía en germen"[9].

El Rosario nos ofrece, pues, un método sencillo de contemplación que posee una gran riqueza y nos prepara para acoger con amor la presencia de Dios.

Fuente: dominicos.org 
Manuel Ángel Martínez, O.P.  



Recemos juntos el Rosario

El Rosario se compone de cuatro grandes misterios:

  • Los Gozosos: 
Se refieren al anuncio, nacimiento e infancia de Jesús.
Se rezan los días lunes y sábados.



  • Los dolorosos:

Recuerdan la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo.
Se rezan los días martes y viernes.



  • Los gloriosos:
Recuerdan la resurrección y ascensión de Jesucristo y la manifestación del Espíritu Santo a los apóstoles y a la iglesia, la glorificación de María como Madre de Dios y Madre nuestra.
Se rezan los días miércoles y domingos.



  • Los Luminosos:
Su contemplación nos lleva a reconocer que Cristo es la luz del mundo. Esta dimensión se manifiesta sobre todo en los años de la vida pública, cuando anuncia el evangelio del Reino.
Se rezan los días jueves.

Oraciones del Rosario...

SEÑAL DE LA CRUZ
Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

SÍMBOLO DE LOS APÓSTOLES
Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.

ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.

PADRENUESTRO
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén.

AVEMARÍA
Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

GLORIA
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

JACULATORIAS
Puede usarse una de estas dos:
  • María, Madre de gracia, Madre de misericordia, defiéndenos de nuestros enemigos y ampáranos ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
  • Oh Jesús, perdónanos nuestros pecados, sálvanos del fuego del infierno y guía todas las almas al Cielo, especialmente aquellas que necesitan más de tu misericordia. (Oración de Fátima).
SALVE
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A Ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a Ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María!
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.
Oración. Omnipotente y sempiterno Dios, que con la cooperación del Espíritu Santo, preparaste el cuerpo y el alma de la gloriosa Virgen y Madre María para que fuese merecedora de ser digna morada de tu Hijo; concédenos que, pues celebramos con alegría su conmemoración, por su piadosa intercesión seamos liberados de los males presentes y de la muerte eterna. Por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.

Fuente: Devocionario Catolico

Significado y sentido del Rosario

El Santo Rosario es una humilde y sencilla oración; es una antigua forma de rezar asumida por la Iglesia. Con el Rosario, podemos tener un momento de unión con Dios, a través de la Virgen María, mediante la meditación de los acontecimientos más importantes de la vida de Jesús y su Madre.
El PAPA Juan Pablo II el día 24 aniversario como Sumo Pontífice, 16 de octubre de 2002, nos presenta su maravillosa Carta Apostólica ROSARIUM VIRGINIS MARIAE, sobre el rosario en la que agrega cinco misterios, llamados Luminosos. Es la primera reforma al rosario desde que Santo Domingo de Guzmán lo introdujo en el siglo XIII.
A través del rezo del santo rosario, recordamos los misterios de salvación:

  • NACIMIENTO DE JESÚS.
  • PASIÓN Y MUERTE DE JESÚS.
  • RESURRECCIÓN DE CRISTO.
  • GLORIFICACIÓN DE MARÍA.
  • MOMENTOS DE LA VIDA PÚBLICA DE JESÚS.

A estos misterios los llamamos Gozosos, dolorosos, gloriosos y luminosos.
Los misterios gozosos se refieren al anuncio, nacimiento e infancia de Jesús.
Los misterios dolorosos recuerdan la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo.
Los misterios gloriosos recuerdan la resurrección y ascensión de Jesucristo y la manifestación del Espíritu Santo a los apóstoles y a la Iglesia, la glorificación de María como madre de Dios y madre nuestra.
Los misterios luminosos su contemplación nos lleva a reconocer que Cristo es la luz del mundo. Esta dimensión se manifiesta sobre todo en los años de la vida pública, cuando anuncia el evangelio del Reino.
Así, el rezo del santo rosario es para el cristiano la reflexión y contemplación de los misterios de fe, que recoge los momentos principales de la obra de redención universal, realizada en Jesucristo.

Las quince promesas de la Virgen Maria a quienes recen el Rosario


1.- El que me sirva, rezando diariamente mi Rosario, recibirá cualquier gracia que me pida.

2.- Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi Rosario.

3.- El Rosario será un fortísimo escudo de defensa contra el infierno, destruirá los vicios, librará de los pecados y exterminará las herejías.

4.- El Rosario hará germinar las virtudes y también hará que sus devotos obtengan la misericordia divina; sustituirá en el corazón de los hombres el amor del mundo al amor por Dios y los elevará a desear las cosas celestiales y eternas. ¡Cuántas almas por este medio se santificarán!.

5.- El alma que se encomiende por el Rosario no perecerá.

6.- El que con devoción rezare mi Rosario, considerando misterios, no se verá oprimido por la desgracia, ni morirá muerte desgraciada; se convertirá, si es pecador; perseverará en la gracias, si es justo, y en todo caso será admitido a la vida eterna.

7.- Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin auxilios de la Iglesia.

8.- Quiero que todos los devotos de mi Rosario tenga en vida y en muerte la luz y la plenitud de la gracia, y sean partícipes de los méritos de los bienaventurados.

9.- Libraré pronto del purgatorio a las almas devotas del Rosario.

10.- Los hijos verdaderos de mi Rosario gozarán en el cielo una gloria singular.

11.- Todo lo que se me pidiere por medio del Rosario se alcanzará prontamente.

12.- Socorreré en todas sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.

13.- Todos los que recen el Rosario tendrán por hermanos en la vida y en la muerte a los bienaventurados del cielo.

14.- Los que rezan mi Rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos de mi Unigénito Jesús.


15.- La devoción al santo Rosario es una señal manifiesta de predestinación a la gloria.

Fuente: Devocionario Católico