María
es «madre y figura» de la Iglesia y, en este sentido, modelo para todo
cristiano. En María hallamos una referencia paradigmática del significado
exacto del caminar tras las huellas de Jesucristo. Podríamos expresarlo de la
siguiente manera: si alguien está interesado en conocer cuál es la meta a la
que conduce el seguimiento de Jesucristo fíjese en María y encontrará la
respuesta.
CONTEMPLAR
significa mirar detenidamente, observar con atención. En la espiritualidad,
muchas veces, se ha presentado la contemplación como una forma superior de
conocimiento por la fe, como ajena y reservada para una serie de personas
"elegidas". Como
consecuencia, se percibe como una realidad lejana a la experiencia del común de
los cristianos. De
este modo, el contemplativo o la contemplativa se vislumbra, incluso en el seno
de la Iglesia, como una especie rara que, a lo sumo, hay que proteger y
conservar para que no termine de desaparecer. Las cosas no son así. El
contemplar o la contemplación forman parte esencial de la vida del creyente que
avanza en su camino de fe.
Claro que la
contemplación implica un grado de conocimiento en relación con las cosas de
Dios. Pero este grado no se adquiere en las escuelas. Es un tipo de
conocimiento que brota de la intimidad, de la cercanía y del contacto con Dios. Para
comprender lo que queremos decir debiéramos retomar la definición más sencilla
de contemplación: la que aporta el diccionario. Contemplar implica mirar con
atención, con detención. Trasladadas las cosas a nuestro terreno, el
contemplativo es el que mira con atención y con detención la realidad que le
rodea. El
contemplativo, pues, intenta mirar las cosas tal y como Dios las ve. Como el
enamorado ve "por los ojos" de la amada. Ajustarse a la mirada divina
es la fuente de la contemplación. Ahora bien, ¿cómo ajustarse a esta mirada?
Para el cristiano la respuesta es rotunda: siguiendo a JESUCRISTO. Y ¿esto cómo
se consigue? Recurriendo a MARÍA.
Si queremos
hallar una realización perfecta de la actitud contemplativa hemos de fijarnos
en ella. Pues bien, María es la llena de gracia porque se abre al plan, al
proyecto, a la voluntad de Dios, a su Palabra. Y se abre hasta el punto de que
deja que esa voluntad-palabra de Dios sea la suya también. María se identifica
tanto con la mirada de Dios, que esa mirada de Dios va gestándose y haciéndose
vida humana en su propia vida. Y, por eso, Jesús crece en su interior y se va
humanizando.
¿Y cuáles son
los medios para profundizar en esta actitud contemplativa? María, de nuevo,
viene en nuestro auxilio. El primero, la escucha y el cumplimiento de la
Palabra: "hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). Escucha y
cumplimiento de la Palabra acompañadas, en segundo lugar, de su meditación en
el silencio: "guardaba todas estas cosas y las meditaba en su
corazón" (Lc 2, 19); y de la oración asidua: "todos ellos
perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas
mujeres, de María, la madre de Jesús" (Hch 1,14).
Estos datos de
la vida de María son la mejor pedagogía para avanzar en la escuela de la
contemplación. Por
esta razón, no cabe hacer de la experiencia contemplativa un patrimonio
reservado para unos cuantos. Toda la Iglesia es contemplativa. Pero, como María
recuerda, sin contemplación no hay experiencia cristiana.
El producto
final de esa contemplación ha de ser, de alguna forma, comunicado. Si María,
identificándose con la palabra de Dios le ha dado carne, no ha sido para
retenerla de manera egoísta, sino para alumbrarla en la historia y en el mundo.
Jesús, al que se une su madre, es para todos; y, por ello, María lo entrega a
los hombres. Igualmente, todo cristiano, que es también un contemplativo, no
debe guardar celosamente su progreso en la identificación con Jesús. Al
contrario debe transmitir, dar a conocer, predicar, evangelizar, transparentar,
testimoniar a Jesús como hizo María.
Fuente: Centro
de Espiritualidad "Espíritu y Vida"
Vicente Botella Cubells, o.p.